TAROT DE MARSELLA

  EL VIAJE DEL HEROE

 

     Salí de casa casi a oscuras, a tientas, casi sin conciencia. Pero lo más paradójico era que apenas tenía consciencia de mi inconsciencia, de mi oscuridad, de mi ceguera; sólo un instinto innato, natural me llevó a tomar mi decisión, a arriesgarme, a aventurarme. Y así acompañado sólo por ese “loquito” que habitaba, habita y espero siga habitando en mi interior emprendí el viaje, mi propio viaje. Un viaje sin rumbo ni meta definida, un viaje en el que sólo buscaba, lo que todo ser humano: encontrarme bien conmigo mismo, vivir en armonía y equilibrio, en definitiva ser feliz.

   A lo largo del viaje no sólo llegué a conocer a ese “Loco” simpático, arriesgado y gran conocedor de los misteriosos secretos del alma humana y de la felicidad que durante tiempo había estado intentando volver a reconciliarse conmigo, sino que también llegué a hacer las paces con otros personajes que fui reconociendo a lo largo del camino, todos habitantes de este templo llamado “Mi Ser”. El Mago, maestro de la palabra  me susurraba las bellas artes de la Creación, no sólo de la creación exterior sino de la Creación de mi propio destino, de mi propia vida. La Suma Sacerdotisa, esa misteriosa mujer,  me puso en contacto con un “Libro”, y me dijo: “este es el libro donde todo está escrito, úsalo cuando gustes”. Conocí a  La Emperatriz capaz de unificar para crear, para dar a luz, para dar vida; una Madre. También conocí a su esposo, el Emperador, el padre; la razón, la ley, la lógica, los límites, el poder. El Sumo Sacerdote, el Papa, el Pontífice, esa energía interior capaz de dar  respuestas celestiales a mis interrogantes terrenales y viceversa, dar soluciones terrenales a mis cuestiones espirituales. El Enamorado que dejando lo seguro me hizo subir  al Carro para tomar las riendas de mi propia vida enfrentándome a esas dos fuerzas que querían desviarme de la meta; ni hacia un lado ni hacia otro, ni muy arriba ni muy abajo; el equilibrio y para ello surgió en mi ayuda la figura de la Justicia. Y el Ermitaño, ese anciano de los días y de las noches que en cierto sentido me obligó a encontrar mi propia luz , mi propia senda, mi propio camino. Este encuentro  hizo que la Rueda de la fortuna diese un giro en mi vida y en ese preciso momento apareció ante mí una nueva mujer, La Fuerza; una mujer fuerte, vital que me puso en contacto con mi parte más inconsciente, más salvaje y  animal, el león, el rey de la selva; para que lo abrazara, lo respetara, lo amara y lo integrara. No todo resultó fácil, llegaron tiempos complicados; la vida me puso boca abajo, Colgado, con la sensación de  que nada se podía hacer, de entrega, de abandono total, “Hágase tu voluntad y no la mía”; fue un tiempo difícil, tan difícil que sentí el silbido de la guadaña pasando ante mí  y llevándose todo lo superfluo, arrasando con todo lo inútil, con todo aquello que ya no me servía para la siguiente etapa del camino. Y justo cuando todo parecía perdido se me apareció un ángel, el Angel de la Templanza, el Angel de la Guarda, el que tiempla, equilibra y armoniza los opuestos dándonos una nueva razón para vivir. Después de éste apareció otro ángel, el Angel Caído, el Demonio, Lucifer, el portador de la Luz, éste me puso en contacto con un niño casi desconocido y olvidado y me obligó a preguntarle al niño, a mi niño por sus juegos, sus sueños, sus ilusiones; y me respondió y me abrazó y me ayudo. Entonces entendí y comprendí que el infierno es simplemente la muerte y el posterior entierro de nuestros sueños y de nuestras ilusiones de niño. A continuación  llegó la Torre,  esa Torre era el lugar donde estaban encerrados esos sueños, esas ilusiones, esa magia infantil. Y la derribé, la derribé dando paso a la Estrella. Luego vino la Luna porque la noche es necesaria para que salga el Sol, y con la salida del Sol un nuevo ángel con su trompeta celestial me  despertó del sueño, el ángel del Juicio. Y el círculo se completó, El Mundo apareció; el ciclo llegó a su fin, Los opuestos se tocaron, porque como dice “El Kybalión” ambos son la misma cosa; El Uroboro, cabeza y  cola, principio y final; final  y   principio.

 

El Loco, ese curioso personaje que Todo lo sabe y guarda silencio, el que callando sonríe, el que dice la verdad, el que conoce la meta pero vive el camino, el que nada posee y Todo lo tiene; el que se pierde, el que se encuentra, el que avanza, el que retrocede, El que sube, el que baja, el que todos miran pero pocos ven, el Loco…

  El Loco volvió a aparecer de nuevo, sonriendo; con los pies sobre la Tierra  mirando las estrellas, su perro como amigo, su bastón y su hatillo. ¡¡Nada más!!

Me miró, y con un gesto como de complicidad me guiño y me dijo:

-         ¿Vamos?

-         ¡¡Vamos!! Le respondí

Y me tomó de la mano…

 

   Este es el maravilloso viaje que nos propone el Tarot.

 

                                                                                                     

 

  El Tarot de Marsella es de los más antiguos que se conocen y con mucha diferencia el más conocido y popular.

 Para mi entender la diferencia de este Tarot con otros, de los tantos que hay, es que este Tarot desde la más absoluta sencillez de sus dibujos nos permite y nos da la libertad de descubrir el maravilloso mundo interior de los seres humanos.

  No nos quita nada que sea esencial, ni nos lo da de más. Mantiene un justo equilibrio en sus dibujos y en su mensaje. Pero lo más importante es que nos da la libertad de que seamos nosotros mismos los que descubramos sus significados. Es un libro en imágenes, nada más; sin libro de instrucciones. Así debe ser, convirtiendo a cada cartas en un espejo de nuestra propia personalidad, de nuestro propio Ser, de nuestras propias cualidades y características. Otorgarles un significado a priori sería dirigir nuestra búsqueda hacia un objetivo predeterminado y por lo tanto querer dirigir nuestra propia vida robándonos la libertad de vivirla conforme a los designios de nuestra propia Alma.

 Este es para mí el Tarot de Marsella.

 

                                                                              Manuel Lobón González

 

 


 

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